Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con paciencia y con preparación doctrinal.(…) Tú estate siempre alerta, soporta con paciencia los sufrimientos, predica el evangelio, cumple bien con tu trabajo (2 Tm 4, 2 ; 5 ; cf. antífona del Magnificat del 26 de enero).
Es lo que podríamos llamar la caridad del profeta o la caridad de la ortodoxia.
¿Quién mejor que Jesús aplicó la consigna de San Pablo ? ¿No es acaso el primero de los evangelizadores? Usando este término, tal vez yo les haga pensar en uno de esos famosos “televangelistas” americanos que llenan salas inmensas donde la gente está cómodamente sentada en sillones acolchados. Sus oficios son transmitidos costosamente por canales de televisión, no sólo en los EE.UU. sino también por el mundo entero.
Ahora bien, S. Lucas nos enseña a Jesús fracasando rotundamente dentro de la sinagoga de Nazaret. Sin embargo, nos lo presenta como el modelo de los evangelizadores. Un « evangelizador fracasado ». Esta manera de proceder es tanto más desconcertante, que no se trata pues, de un episodio aislado, una especie de excepción a la regla. Es un episodio que de por sí es un programa.
El mismo propósito del tercer Evangelio es ser una especie de manual del evangelizador perfecto. Eso fue sugerido en una tesis de doctorado presentada en el Instituto Bíblico Pontifical por un estudiante norteamericano, quien demostró que todos los fragmentos propios de Lucas se inspiran probablemente de un grupo de evangelizadores que estaban recorriendo la región de Israel y de Siria (cf. la homilía del domingo pasado : la formación de los evangelios) y del que S. Lucas formaba parte, casi con seguridad. Es la razón por la cual Lucas prolongó su Evangelio por los Hechos de modo que diera una serie de ejemplos de evangelización, en seguimiento de Jesús, en la Iglesia de los primeros tiempos.
Desde el principio, y no sólo al final de sus vidas, estos jóvenes evangelizadores en ciernes sufrieron persecusiones : primero la de los judíos, luego la de los romanos. Y, sin embargo, S. Pablo, que sabía algo de persecusiones escribió : « vendrá un tiempo… » O sea que piensa en un provenir distinto del presente y del pasado. Eso da que pensar.
¿Qué es de hoy en día ? Nunca la Iglesia ha sido tan perseguida. En ningún momento de la historia de la Iglesia ha encontrado la Buena Nueva semejante oposición. Nunca ha habido tantos mártires derramando su sangre por el Evangelio. Pero, en los países llamados « libres », esta oposición es más solapada. Por ejemplo, se opone de buena gana, explícita o implícitamente, consciente o inconscientemente la ortodoxia (la doctrina justa) a la ortopraxia (los actos justos), quitándole valor a la primera y agregándole valor a la segunda. Benedicto XVI notaba al respecto que
Decía Voltaire que Dios no existe pero que no hay que decirlo mucho, pues la religión puede servir para mantener el orden en la sociedad. Sacaba de la fe únicamente lo útil : los valores cristianos, como decimos hoy en día. Eso desemboca en definitiva en un humanismo ateo, en una caridad sin Dios y finalmente en contra de Dios. Fue lo que dio lugar al marxismo y al ateísmo práctico. Luego de la muerte del Abate Pierre, y en medio del ambiente de entusiasmo de los medios de comunicación y de la opinión pública por su persona y por su obra, estuve pensando mucho en eso. El mismo día de su muerte, publiqué un artículo sobre el tema en el que escribía lo siguiente :
Y yo recordaba, pues, las posiciones del Abate Pierre en favor de la adopción por homoxesuales (¡pero no en favor de la homosexualidad !), de la contracepción, del matrimonio de los curas, del sacerdocio de las mujeres y contra la obligación de la eucaristía de los domingos, contra los dogmas de la Inmaculada concepción y de la Asunción de la Virgen María, contra el Santo Padre y su manera de dirigir la Iglesia. Todo eso en nombre de la caridad. « ¡Qué juicio más severo ! » contestaron algunos. No tan severos como los suyos, contesté. Un juicio « a destiempo », claro que sí. Pues yo no he oído muchas voces que trataban de matizar el concierto de alabanzas. Sólo fue al final de la semana cuando pude leer una opinión que iba en el sentido en el que yo había escrito :
Algunos cristianos en Francia, muy comprometidos en el anuncio del Evangelio, se sienten más o menos marginados y se alegran de la popularidad del Abate Pierre. También echan de menos el contenido de mi artículo. Así pues, alguien me escribe por correo electrónico :
En estos tiempos, está de moda en todos los medios de comunicación el hablar mal de los católicos en todas ocasiones. Por una vez teníamos una figura católica – mediática — reconocida por la prensa… Es verdad, la Iglesia, por su parte no tiene buen cartel. Cuando los medios parecen hacer una excepción por una figura que a ellos les parece « carismática », la tentación de seguir el movimiento es grande… ¿Acaso no somos víctimas de la nostalgia de cierto triunfalismo, a pesar de todo lo que nos deja entrever Jesús ? ¡Ay de vosotros cuando os alaben todos lso hombres ! Así alababan sus padres a los falsos profetas (Lc 6, 26)
Y en el pasaje del Evangelio de hoy :
Jesús es tajante : NADIE. ¡Qué difícil es oír eso ! Para los habitantes de Nazaret, lo que era difícil de oír, es que la salvación no sólo era para ellos, sino para la multitud, para los paganos también. Para nosotros, lo que es difícil de oír es que la salvación que es para la multitud, sólo está bien recibida por una minoría. A los habitantes de Nazaret les hubiera gustado tener el monopolio de Jesús. Nosotros quisiéramos que todos aplaudieran al verlo pasar. La minoría nunca está de moda, pues la moda consiste justmaente en hacer (y ser) « como todo el mundo ». ¡Ah, si de repente, por no sé qué milagro, las muchedumbres de hoy se pusieran a gritar : « Alabad al que viene en nombre del Señor », en vez de : « crucifícalo, crucifícalo »… Si de un día para otro, los medios empezaran a cantar un himno de alabanza de la Iglesia católica, como lo hicieron para el Abate Pierre. No es nada prohibido desearlo y rezar para eso. Sin embargo, hay que ver si su « alabad al que viene » sería motivado por la acogida de la salvación por el pecador o por el cálculo del provecho por el consumidor. Pues, es algo ampliamente conocido : la religión hace vender …como las nalgas.
El Cardenal Newman escribía :
La última parte de la cita nos recuerda que los primeros interesados somos nosotros mismos. Jesús está constantemente puesto en minoría, no sólo por el conjunto de los hombres, sino en medio de esos a los que llamamos « los feligreses » y por « el hombre viejo » que está dentro de cada uno de nosotros. Por eso, hay que desconfiar tanto de nuestro entusiasmo por Jesús (¿Cuál Jesús ?¿El de nuestros sueños o el « que era, que es y que será » ?) como del entusiasmo efímero de las muchedumbres. Cito una vez más a Newman :
Sigue entonces un pasaje que podríamos aplicar textualmente a lo que acabamos de vivir en Francia después del fallecimiento del Abate Pierre :
Newman, ¿por qué asombrarse de ello ?, también era un profeta cuya caridad fue menospreciada. En todo caso, a Jesús, quien vino para darles una casa a todos los que no tienen vivienda (la casa del Padre), darles pan a todos los hambrientos (el de la Palabra, de la Eucaristía y de la voluntad del Padre), darles libertad a todos los presos que somos (la libertad de los hijos de Dios), a ese Jesús, los suyos lo llevaron « a la cima dle monte sobre el que estaba edificada la ciudad para despeñarlo ». A ese Jesús, muchos exégetas de hoy lo reducen al Cristo de la fe, una mera invención piadosa.
« Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el amor » (S.Juan de la Cruz), repetimos con buena gana. Pero, ¿de qué amor se trata ? Claro que no se trata de un amor sin Jesús ni de un amor en contra de la Iglesia. (¿Por qué un obispo, también conocido por su actitud « anti-conformista » se dignó acusar a la Iglesia de querer « recuperar » al Abate Pierre después de su muerte ?) La caridad, la debemos también a los pobres que son Jesús y la Iglesia, su Esposa. Todo lo que hagamos en contra de Él y en contra de su Esposa, lo haremos en contra de la caridad. Todo lo que hagamos de « caritativo » sin Jesús y sin la Iglesia está condenado a desaparecer, antes que la fe y la esperanza.
En la Iglesia antigua, según hacía notar Benedicto XVI, la ortodoxia no significaba « para nada la doctrina justa, sino la auténtica adoración y glorificación de Dios ». Y sigue :
Por esa razón fue que Israel respetó la ley : ésta indicaba cuál era la voluntad de Dios ; ella indicaba cómo vivr rectamente y cómo honrar a Dios de forma justa : cumpliendo con su voluntad, que hacía reinar el orden en el mundo, y abriéndole éste a su trascendencia. Se trata de la alegría nueva de los cristianos que, a partir de Cristo saben finalmente cómo Dios debe ser glorificado y cómo, así precisamente, le mundo se vuelve justo. Durante la nochebuena, los ángeles habían anunciado que las dos cosas corrían parejo : »Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama » (Lc 2, 14). La gloria de Dios y la paz en la tierra son inseparables. Donde Dios está excluido, la paz se desmorona en la tierra, y no hay ninguna ortopraxia sin Dios que pueda salvarnos.
Oyendo las palabras del Evangelio de hoy , justo después de las de San Pablo en su himno a la caridad, no podemos dejar de preguntarnos : « por qué no es amado el Amor ? » (San Francisco de Asisis) Es indiscutiblemente porque todo lo que se hace en nombre del amor no es amor, sino amor en apariencia, nada más. Es indiscutiblemente porque todo lo que se hace realmente en nombre del amor no es reconocido como siendo verdadero amor.
Otra pregunta a la que no escapamos, es la siguiente : ¿Por qué el amor es tan difícil de amar ?, ¿Por qué hay tan poca gente que lo ama ? y sobre todo : ¿Por qué lo amamos nosotros tan poco ? ¿No será porque cuesta trabajo admitir que en nombre mismo del amor, echamos a la calle y precipitamos hacia abajo al que es el único en poder abrirnos las puertas de la Casa del Padre ? Sin embargo, aquí está la Buena Nueva :
La piedra que los constructores
desecharon
ésa ha venido a ser la piedra angular (Lc 20, 17) ?