Esta noche, con los cristianos del mundo entero, celebramos con alegría la Natividad de Nuestro Señor. El mundo incluso, celebra la Navidad a su manera. En Francia, un alcalde protestó contra el hecho de que habían instalado un belén en la plaza pública, cerca del Ayuntamiento. Publicó la foto en su blog y escribió: “busquen el error”. Entonces, encontramos la solución para festejar la Navidad “de manera laica” expulsando a Jesús y sustituyéndolo por Papá Noel. Eso no sólo está acorde con los dogmas del laicismo sino que además, resulta práctico ya que Papá Noel, según parece, es el que lleva los regalos. En todo caso, eso es todo lo que le pedimos cuando él no nos pide nada. Mientras que Jesús, por su parte, llega desnudo y tenemos que vestirlo, alimentarlo, calentarlo. Es muy pobre y no nos trae nada... ¡ y nos lo pide todo ! Así, por lo menos es como nos representamos las cosas, con más o menos conciencia.
Una fábula cuenta que un día Jesús regresó visiblemente a la tierra. Era en el tiempo en que Papá Noel no estaba aún muy de moda. Pero ya habíamos hecho del niño Jesús un distribuidor de regalos a todo lo que da. Era un día de Navidad y había muchos niños reunidos en una fiesta. Se presentó Él en medio de ellos. Los niños lo conocieron y lo vitorearon. Luego, uno preguntó qué regalo Jesús le había traído y todos los niños a su vez preguntaron lo mismo. Jesús no contestó, pero abrió los brazos...
Aquí interrumpo el cuento. Jesús viene entre unos niños. Esos niños a su nivel, se expresan como adultos. Han sido contaminados por la mentalidad de los adultos, esa mentalidad que consiste en reivindicar para sí y que Juan Bautista quiso rectificar cuando la gente le preguntaba: “¿Qué debemos hacer?” Respuesta (a la muchedumbre): “ El que tiene dos vestidos, el que tiene con que comer... que comparta”; (a los publicanos): “No exijan nada más de lo que les imponen a ustedes”; (a los soldados): ... “confórmense con sus sueldos”.
Pero hay otra cosa. Cuando esos niños contaminados por la mentalidad de los adultos ven a Jesús abriendo los brazos, ¿en qué piensan? ¿Cúal es su reacción inconsciente? No será la de decirse: “¿Qué es lo que nos va a pedir? ¡ No sólo no nos trae regalos, sino que nos va a pedir sacrificios ! Sigue, pues, la fábula. Un niño dice: “Miren, no nos ha traído nada. Mi papá tiene la razón cuando dice que la religión no sirve de nada, que ella no nos da nada, que no nos trae ningún regalo. Pero otro niño contestó: “Abriendo los brazos Jesús quiere decir que nos trae a sí mismo; Él es quien se entrega como nuestro hermano, Hijo de Dios para hacernos hijos de Dios como él”.
La respuesta de este niño no es una fábula. Es exactamente lo que nos dice San Pablo en la carta a Tito (2ª lectura):” La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado”, dice. La gracia, es el regalo por excelencia, el regalo del Amor. Jesús dirá que no hay mayor que el de “dar su vida por los que queremos”. “Dar su vida”, eso quiere decir aquí, no sólo un hombre que da la vida por otro hombre. ¡ Es Dios quien nos da su vida de Dios, para hacernos partícipes de su divinidad !
Ahora bien, a propósito de esta gracia inaudita, este regalo sin par, San Pablo nos dice que: “Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad”... “para hacer de nosotros su pueblo”, y precisa : “un Pueblo lleno de celo en la práctica del bien”.
Entonces, sí que habrá sacrificios que hacer, pero eso no es lo primero. Lo primero, es la gracia. La gracia es la obra de Dios, un maravilloso regalo y solamente debemos aprender a aceptarla. El resto viene después y se aprende poco a poco. Pues, la gracia nos enseña, nos instruye, nos transforma.
Eso era lo que decía San Agustín, cuando él también se sintió espantado por las exigencias de la moral cristiana, sobre todo en materia de castidad. Pero, después de un largo combate interior, alumbrado por el Espíritu Santo, le dijo al Señor: “Señor, dame lo que quieras, pero dame lo que me pides”.
Recibamos pues, la gracia de Navidad. Es Jesús quien se entrega. Es el Padre quien lo da, mediante el Espíritu Santo. Y dejémonos transformar por ella, con su imagen y su parecido y haremos, pues, la experiencia de la verdad de las palabras de Jesús, cuando decía: “Da más alegría el dar que el recibir”.